"No son los dos sexos superiores o inferiores el uno al otro. Son, simplemente, distintos." Gregorio Marañón (1887-1960)Un “nuevo” binomio dicotómico parece imponerse en nuestra cultura, el de sexo y género. Según éste modelo, el sexo es meramente “lo natural, lo animal, lo biológico” mientras que el género es “lo cultural, lo psicosociológico, lo aprendido”. Y se produce una curiosa contradicción, lo natural (el sexo) no es algo que trate de comprenderse y analizarse sino que es una excrecencia a extinguir y combatir. Mientras, lo “cultural” se convierte en referencia lingüística y conceptual que se promueve. Pero ¿de dónde y cómo surge éste concepto? ¿Cómo surge ésta tabuización y ésta criminalización del sexo y el auge y apogeo del género?
John Money descubre la rueda.Parece que todo comenzó cuando Money se vio obligado a prescindir del sexo como concepto. Fue al estudiar y formular sus datos relativos a una amplia casuística de identidades con problemas de ambigüedad sexual –hermafroditismos verdaderos o aparentes, transexualismo, homosexualidad- cuando encontró que el concepto de sexo tal y como el lo entendía era en exceso rígido, estrecho. Así, ignorando los trabajos de Magnus Hirschfeld y Gregorio Marañón sobre la intersexualidad (
“…entiende al hombre y a la mujer completos como ideales entre los que se situarían hombres y mujeres reales a lo largo de un continuo…”, lejos de la patologización posterior del concepto) o los caracteres sexuales terciarios de Havelock Ellis, todos pioneros y anteriores a él, “crea” un nuevo concepto supuestamente virginal, sin connotaciones, un concepto plástico que toma del teatro (
role gender).
El feminismo igualitaristaÉste concepto triunfa realmente con el auge de un movimiento particular dentro de un movimiento más general. Me refiero al feminismo igualitarista –que está en contra toda clase de diferencias e identidades por razón del sexo- y que adopta la perspectiva de género como el arma con la que luchar contra la “maldad” del sexo, identificando éste con el patriarcado. Y así se dedican a combatir, evitar, proteger y prevenir las diferencias sexuales sugiriendo modelos asexuales, con referencias neutras (andróginos) o comunes (la persona). Son monosexistas. En el otro lado se situaría el feminismo -pero no sólo- de la diferencia, que tenderían a la promoción cultural del sexo (el sexo en tanto que diferencia) y cultivarían, comprenderían, educando y facilitando lo masculino y lo femenino haciendo una defensa de la amplia diversidad de la variabilidad sexual. Facilitaría un marco de comprensión a los que están obligados a entenderse desde su diferencia, desde la dialéctica, la pareja heterosexual. De hecho, desde la Sexología Sustantiva (con entidad propia, no como adjetiva de ninguna otra disciplina por muy afín que ésta sea) se entiende el sexo como el hecho de ser hombre o mujer, es decir, el objeto de estudio es “el sexo que se es” y no “el sexo que se hace”. E intenta comprender el fenómeno y facilitar el entendimiento y el encuentro.
¿Naturaleza o Cultura?Éste eterno debate sobre qué es el hombre (y la mujer) me parece suficientemente baldío aunque no deja de producirme asombro. No deberían entenderse como dos conceptos contrapuestos, disyuntivos puesto que somos ambos: somos Cultura
con Naturaleza. Y si queremos tener un conocimiento de los sexos, de hombres y mujeres hemos de saber que por mucho que intentemos esconder o negar ésas diferencias, éstas están ahí. En el proceso de construirnos como hombres y mujeres usamos prácticamente los mismos “ladrillos” aunque el resultado es bien distinto, situándonos dentro del continuo hombre / mujer. Y con su matiz, el de homosexualidad / heterosexualidad, que también se entiende como un continuo a lo largo del cuál nos situamos. Ojo, matiz de los dos sexos, no un tercer o cuarto sexo. Unos ejemplos: hombres y mujeres expresamos nuestra afectividad de manera distinta, ni mejor ni peor. Es poco probable que dos amigos que se aprecian cuando se vean se dediquen a cogerse tiernamente de la mano y decirse lo mucho que se han echado de menos, más bien se dedicarán a darse golpes entre sí (sonoras palmadas o abrazos, estrujarse las manos…) y a “putearse” ambos. ¿Es esto malo? Salvo que tengas jodidas las vértebras, no. ¿No han expresado su afectividad? ¡Claro que sí! Pero ¿por qué no pueden expresarla así? ¿Quién decide que ése es un “comportamiento inmaduro y primitivo”?. ¿Las mujeres? Y ¿Por qué? ¿Por qué no entiendo una lengua o sus matices he de condenarla? Somos dialéctica, hablamos dos lenguas distintas, sí, pero eso no impide que yo, en tanto que hombre no pueda aprender el lenguaje de la mujer. A veces mejor y a veces peor. Que mi lengua vernácula sea una no impide que pueda expresarme en la otra, asumiendo que no siempre bien. Es como si utilizaramos programas OCR distintos y en ambos hubiese errores de procesamiento.
Otro ejemplo: el chico (A) va conduciendo con la ventanilla bajada, mientras que la chica (B) está en el asiento de copiloto (es un viaje largo y se han ido turnando). Se produce el siguiente diálogo:
B. - ¿No tienes frío?
A. – No.
(A piensa) “ésta chica es un sol. Mírala, ahí preocupada por mi salud, velando por que no me resfríe. Más maja”
(B piensa) “éste tío es un puto egoísta. Pues ¿no le acabo de decir que tengo frío? y ¡mírale! ahí sigue, con la ventanilla bajada. Será gilipollas”
¿Qué ha pasado aquí? ¿Dónde quedan las diferencias culturales, de “género”? En ningún sitio, hombres y mujeres procesamos la información de manera diferente, así como la recuperamos de forma distinta. ¿Mejor o peor? Ni lo uno ni lo otro. La naturaleza no es irrelevante ni puede menospreciarse, está ahí y no puede ocultarse ni taparse, es así de terca. Por mucho que se niegue, ahí estará. Así que sólo cabe comprenderla para poder empezar a entendernos. Desde la variedad y la diferencia.
Ésta entrada está basada en las aportaciones teóricas de
Efigenio Amezúa,
Silberio Sáez o Joserra Landarroitiajauregi y Esther Pérez, entre otros. Todos ellos son profesores del
Instituto de Ciencias Sexológicas (InCiSex).
Recomiendo la lectura
políticamente incorrecta de Elisabeth Badinter (con dos obras interesantes,
XY: la identidad masculina y
Por mal camino ambas en Alianza Editorial) y de Camille Paglia (
Vamps & Tramps en la ed. Valdemar), dos feministas "rebeldes".