Once de Marzo, 7:39 a.m.
El siguiente es un relato verídico. Ocurrió tal cuál esta persona –que quiere permanecer en el anonimato- lo relata. También me ha comentado que es la última vez que quiere hablar de ello, por que ha aprendido que hay cosas que no se olvidan nunca pero que conviene asumir y seguir como si nada. Hay relatos que hay que guardarse para superarlos, para que por suerte, queden en la simple anécdota que relatar un día a los nietos. Éste es el relato de S., sus ideas y sus impresiones son las suyas. A nadie representa y en nombre de nadie habla, excepto de sí mismo.
<<7:15 de la mañana, llego a la estación de Coslada. ¡Mierda! ¡Se acaba de ir el tren! Y tengo que ir a Leganés! Por suerte, a esas horas somos tantos los que cojemos el tren que 5 minutos después llega uno. ¡Qué suerte! ¡Hay un asiento libre, podré ir hasta Atocha sentado! (son 20 minutos).A mi lado, dos albañiles rumanos van bromeando y riendo. Uno de ellos tiene un nokia con cámara de fotos y van haciendo el ganso. Enfrente, otro obrero, va medio acurrucado. En el lado derecho va una pareja, deben ser de mi edad más o menos. Él, que lleva muletas, se acurruca en su regazo y se duermen juntos. Repaso un poco lo que voy a contar hoy en clase. Ya hemos pasado Entrevías, estamos muy cerca de Atocha. Espero que pueda coger con tiempo el tren a Leganés. Miro a mi derecha a la pareja y pienso que es muy maternal el gesto de la chica. Me estoy meando como los niños chicos. A ver si llego a tiempo. ¡¡¡BOUM!!! El tren se para en un instante, todo parece irse a negro. Me muevo hacia a delante y hacia atrás en mi asiento, violentamente. ¿QUÉ? ¡¡¡BOUUUMMM!!!GRITOS. UNA NUBE AMARILLA LO INVADE TODO. DIOS MIO TENGO QUE SALIR DE AQUÍ. ¿¿QUÉ PASA?? No quiero quedarme a averiguarlo. La luz viene por mi izquierda. ¡La ventana! Por allí saldré… Pero no puedo. Los dos rumanos están -quiero pensar eso- desmayados. Taponan mi salida. ¿¿VOLERÁ A PASAR?? ¡¡TENGO QUE SALIR DE AQUÍ!! Detrás de mí hay un boquete enorme y hierros por todas partes. No veo nada. Por fortuna, he perdido mis gafas. Soy bastante miope, así que sin gafas veo bastante borroso. Salgo a las vías. Algo me moja la cara. Es mi sangre. ¡Vaya, fíjate cómo tienes el jersey! ¡Joder! Con lo que me gusta éste jersey. No veo ni oigo. Quisiera poder ayudar. Pero no veo bien. Joder, me ha debido entrar polvo en el ojo derecho y no puedo abrirlo. Estoy un poco aturdido Se oyen los gritos de un hombre: ¡¡POR FAVOR!!¡¡DIOS!!¡¡POR FAVOR!! ¡¡AYUDA!! Me dejo caer en el suelo, entre las vías, junto a un muro de hormigón. Hay una chica joven apoyada, como ensimismada. Parece estar bien. Es curioso, le falta una zapatilla. Espero que en la Estación se hayan enterado y no venga ningún tren. ¡Lo que daría por un cigarrillo! Van sacando a los heridos y tumbándolos en las vías. Creo distinguir a ¿una chica? no la veo bien. Tiene amputado el pie. La dejan acostada entre las vías. Oigo a una señora que la consuela: “ya cariño, ya. Te pondrás bien”. Me pongo en pie buscando las ambulancias. Alguien grita: “¡Hay que llamar al 112!”. Pues como esperen tener cobertura aquí, van listos. Oigo a alguien detrás de mí. “¡Hay que abrigarles!” Alguien se quita un anorak y me lo pasa. No lo necesito, así que veo un bulto y me acerco. Es un señor que está muy tranquilo, con la mirada perdida y la espalda apoyada en el muro de hormigón gris. No dice nada. Le falta media pierna. Le pongo el chaquetón por los hombros. No se mueve. Sacan a un señor de unos 50/55 años. Tiene destrozado el pantalón y la cara ensangrentada. Qué contraste, tan arreglado con su americana y sin zapato. Me quedo con él un rato. Se queja. Le recomiendo que se tumbe. “No, no”. Estoy vivo. Estoy tan nervioso que sólo pienso eso. No oigo nada. No veo. Pero estoy vivo. Pasa mucho tiempo y aún no han venido las ambulancias. Claro, será muy difícil q entren por aquí, con tanta vía. Hay un señor, creo que es un vecino, que se preocupa por los heridos. Va preguntando que tal nos encontramos. Veo que lleva un móvil en la mano. Se llama Ignacio. Le pido llamar a mi casa. Tras un rato lo logramos, bueno, habla él en mi nombre yo no oigo. Al final, ha empezado a llegar la ayuda. Nos van a pasar a un polideportivo. Elías, que así se llama el señor mayor y yo vamos agarrados. Dos ciegos apoyándose y alguien nos indica, es nuestro lazarillo. Antes, vemos lo que ha sucedido en los otros vagones que han explotado. Corrijo, han reventado. En uno el techo ha desaparecido y los hierros se levantan hacia el cielo. Parece una lata de anchoas abierta. Nos movemos al polideportivo. Una chica recoge a Elías para atenderle. Me quedo parado pero enseguida voy adonde me han dicho. Tropiezo con algo. Estoy aterrado, mi pesadilla particular –no ver- hecha realidad. Le pido a alguien que me guíe. “Es que soy muy miope y no veo bien, ¿sabe? Lo siento.” Veo pintado un rectángulo azul en el suelo. “¿Qué es eso?”- le pregunto a mi lazarillo. Se extraña. “Pues… ¡una piscina!”. Estamos en una cancha donde van dejando a algunas personas, heridos más graves. Me muevo sin saber que hacer. De nuevo, se oye gritar al mismo hombre ¡¡POR FAVOR!!¡¡DIOS!!¡¡POR FAVOR!! Me siento impotente, inútil e inválido. Pero estoy vivo. Me dejo caer un rato, junto a una chica y una señora. Qué curioso, a la chica parece que le falta una zapatilla. “-Perdón, ¿cómo está la cosa? Es que llevo gafas y sin ellas no veo…” Me responde la señora: ¿No ves? Yo: No -pues es una suerte que no veas. Esto es terrible. Hay muertos y amputados. Su tono es de cómo de reproche por que no pueda ver el horror. Al rato llegan unos familiares de la chica. Hablan algo con ella. De pronto, ante un comentario exclama ¡¡ME IMPORTA UN HUEVO LA ZAPATILLA!! Me muevo de allí. Sigo sin poder abrir el ojo derecho. ¡Maldito polvillo! ¡Ya está! Seguro que por aquí tiene que haber un baño. Y allí habrá un lavabo para lavarme el ojo. Tanteando y con la pared a mi derecha, empiezo a andar. Veo a alguien, “¿Los baños por favor?”. “Están ahí enfrente, pero creo que aún no los han abierto.” Hacia allá voy. Mierda, es verdad. Bueno, la puerta no parece muy resistente. Lo siento, pero me molesta mucho el ojo. Un empujón y se abre. Un lavabo, al fin. Un espejo me devuelve mi imagen con la cara llena de sangre. Me echo agua por el ojo. Nada. Aún me molesta. En fin. Empieza a entrar gente. Nadie dice nada. Una chica enciende un cigarrillo y le pido uno. Creo que es mejor salir fuera. Al rato, nos dicen que nos van a sacar de ahí, que un autobús nos va a llevar al hospital a los leves. Tras un momento de confusión al final vamos en un furgón de la policía municipal. Yo no quiero subir, creo que es más urgente que se lleven a otros. Empiezo a decírselo a un policía pero me corta con un seco “suba”. Poco antes, un médico me da unas gasas para mis orejas, que aún sangran. Llegamos al hospital. Carreras, médicos por todas partes y enfermeras. Me ve un otorrino. Parece que tengo bien los oídos, me mandan a que me cosan las orejas. Tengo un ojo irritado. Las pestañas se me han quemado y me han causado una conjuntivitis. Una chica joven –una MIR- intenta echarme pomada. Estoy nervioso, me da mucha cosa que me acerque nada al ojo. Resopla. “Mira, esto es una tontería por mi parte, lo sé, así que ocúpate de alguien más grave.” Resopla, me dice que tiene que curarme pero por fin me hace caso y se va. Me niego a que se ocupen de mí. Hay gente más grave. No me hacen ni puto caso y me llevan en la silla de ruedas en la que me han aparcado a otra zona, a cirugía maxilofacial. Tras exámen médico: 20 puntos en la oreja izquierda, 12 en la derecha, perforación de los tímpanos, conjuntivitis irritativa en el ojo derecho. Rasguños. Estoy vivo. Una enfermera me pregunta: ¿En qué tren ibas tú? no entiendo la pregunta. “Pues...en el de Atocha ¿por?” Es que ha habido 3 explosiones más...”
Eso fue lo que recuerdo de ése día en el que me tocó la lotería de la vida Ya no me pregunto por qué. También recuerdo a los amigos que vinieron a verme, algunos hacía tiempo no los veía. No puedo olvidar la llamada de otro desde la India (¡gracias!). Ni la preocupación que tenía por que no pude ir a trabajar (uno se preocupa por cosas banales, como por el jersey), tanto que mi “jefe” vino a decirme que si era gilipollas o qué. Ni la primera vez que volví a subir al tren, lo enorme que me pareció. Sí, vuelvo a coger el tren e intento sentarme en el mismo sitio, en el mismo vagón. Ya sé, me comporto como una paloma de Skinner. Pero ya no me siento mal (parada de pensamiento o me distraigo). Aún a veces no puedo evitar un pensamiento fugaz, alea jacta est (la suerte está echada) pero no me recreo en él. Y puede que aún a veces me ponga detrás de una columna en Atocha, pero sigo como si tal. Por fortuna, no he tenido pesadillas ni imágenes invasivas ni lo que podría encuadrarse como trastorno por estrés post-traumático. Y tengo muy claro por qué. No sólo por el apoyo de mi familia, de aplicarme más o menos mis conocimientos de Psicología, del tiempo que ha pasado sino fundamentalmente por poder contar en los momentos más duros y difíciles con el cariño y los mimos –de los que puede que abusase sin darme cuenta, lo siento- de mi amigo Miguel Ángel y de su sufrida novia, Maite. Sin ellos, hubiese sido más jodido sin duda. Jamás podré pagárselo, cualquier cosa que pueda hacer por ellos será pequeña. Gracias.
Doy gracias a los profesionales que nos atendieron, médicos, enfermeras y luego, trabajadoras sociales.
De los políticos en general poco espero. Fueron rápidos en llenarse la boca con promesas incumplidas. De la vileza, miseria y bajeza del PP (Acebes, Zaplana, Aznar) o de sus mezquinos jaleadores menos. Han quedado retratados con sus hechos. Han sido y son cobardes por no admitir que se equivocaron. Si no directamente, sí implícitamente nos han culpado de que perdiesen las elecciones. No me valen paños calientes que justifiquen tamaña ruindad. Por cierto, casi a la misma altura se ponen los responsables de TV que machacan una y otra vez con la emisión de las imágenes de los trenes. No sólo carecen de valor informativo sino que agravan o dificultan la recuperación de muchos. Ojalá caigan en la cuenta de ello y que el año que viene no remuevan más dolores ajenos. Por que la vida sigue y para superar el daño es mejor no meter el dedo en las heridas. Con suerte, llegará el olvido. >>
<<7:15 de la mañana, llego a la estación de Coslada. ¡Mierda! ¡Se acaba de ir el tren! Y tengo que ir a Leganés! Por suerte, a esas horas somos tantos los que cojemos el tren que 5 minutos después llega uno. ¡Qué suerte! ¡Hay un asiento libre, podré ir hasta Atocha sentado! (son 20 minutos).A mi lado, dos albañiles rumanos van bromeando y riendo. Uno de ellos tiene un nokia con cámara de fotos y van haciendo el ganso. Enfrente, otro obrero, va medio acurrucado. En el lado derecho va una pareja, deben ser de mi edad más o menos. Él, que lleva muletas, se acurruca en su regazo y se duermen juntos. Repaso un poco lo que voy a contar hoy en clase. Ya hemos pasado Entrevías, estamos muy cerca de Atocha. Espero que pueda coger con tiempo el tren a Leganés. Miro a mi derecha a la pareja y pienso que es muy maternal el gesto de la chica. Me estoy meando como los niños chicos. A ver si llego a tiempo. ¡¡¡BOUM!!! El tren se para en un instante, todo parece irse a negro. Me muevo hacia a delante y hacia atrás en mi asiento, violentamente. ¿QUÉ? ¡¡¡BOUUUMMM!!!GRITOS. UNA NUBE AMARILLA LO INVADE TODO. DIOS MIO TENGO QUE SALIR DE AQUÍ. ¿¿QUÉ PASA?? No quiero quedarme a averiguarlo. La luz viene por mi izquierda. ¡La ventana! Por allí saldré… Pero no puedo. Los dos rumanos están -quiero pensar eso- desmayados. Taponan mi salida. ¿¿VOLERÁ A PASAR?? ¡¡TENGO QUE SALIR DE AQUÍ!! Detrás de mí hay un boquete enorme y hierros por todas partes. No veo nada. Por fortuna, he perdido mis gafas. Soy bastante miope, así que sin gafas veo bastante borroso. Salgo a las vías. Algo me moja la cara. Es mi sangre. ¡Vaya, fíjate cómo tienes el jersey! ¡Joder! Con lo que me gusta éste jersey. No veo ni oigo. Quisiera poder ayudar. Pero no veo bien. Joder, me ha debido entrar polvo en el ojo derecho y no puedo abrirlo. Estoy un poco aturdido Se oyen los gritos de un hombre: ¡¡POR FAVOR!!¡¡DIOS!!¡¡POR FAVOR!! ¡¡AYUDA!! Me dejo caer en el suelo, entre las vías, junto a un muro de hormigón. Hay una chica joven apoyada, como ensimismada. Parece estar bien. Es curioso, le falta una zapatilla. Espero que en la Estación se hayan enterado y no venga ningún tren. ¡Lo que daría por un cigarrillo! Van sacando a los heridos y tumbándolos en las vías. Creo distinguir a ¿una chica? no la veo bien. Tiene amputado el pie. La dejan acostada entre las vías. Oigo a una señora que la consuela: “ya cariño, ya. Te pondrás bien”. Me pongo en pie buscando las ambulancias. Alguien grita: “¡Hay que llamar al 112!”. Pues como esperen tener cobertura aquí, van listos. Oigo a alguien detrás de mí. “¡Hay que abrigarles!” Alguien se quita un anorak y me lo pasa. No lo necesito, así que veo un bulto y me acerco. Es un señor que está muy tranquilo, con la mirada perdida y la espalda apoyada en el muro de hormigón gris. No dice nada. Le falta media pierna. Le pongo el chaquetón por los hombros. No se mueve. Sacan a un señor de unos 50/55 años. Tiene destrozado el pantalón y la cara ensangrentada. Qué contraste, tan arreglado con su americana y sin zapato. Me quedo con él un rato. Se queja. Le recomiendo que se tumbe. “No, no”. Estoy vivo. Estoy tan nervioso que sólo pienso eso. No oigo nada. No veo. Pero estoy vivo. Pasa mucho tiempo y aún no han venido las ambulancias. Claro, será muy difícil q entren por aquí, con tanta vía. Hay un señor, creo que es un vecino, que se preocupa por los heridos. Va preguntando que tal nos encontramos. Veo que lleva un móvil en la mano. Se llama Ignacio. Le pido llamar a mi casa. Tras un rato lo logramos, bueno, habla él en mi nombre yo no oigo. Al final, ha empezado a llegar la ayuda. Nos van a pasar a un polideportivo. Elías, que así se llama el señor mayor y yo vamos agarrados. Dos ciegos apoyándose y alguien nos indica, es nuestro lazarillo. Antes, vemos lo que ha sucedido en los otros vagones que han explotado. Corrijo, han reventado. En uno el techo ha desaparecido y los hierros se levantan hacia el cielo. Parece una lata de anchoas abierta. Nos movemos al polideportivo. Una chica recoge a Elías para atenderle. Me quedo parado pero enseguida voy adonde me han dicho. Tropiezo con algo. Estoy aterrado, mi pesadilla particular –no ver- hecha realidad. Le pido a alguien que me guíe. “Es que soy muy miope y no veo bien, ¿sabe? Lo siento.” Veo pintado un rectángulo azul en el suelo. “¿Qué es eso?”- le pregunto a mi lazarillo. Se extraña. “Pues… ¡una piscina!”. Estamos en una cancha donde van dejando a algunas personas, heridos más graves. Me muevo sin saber que hacer. De nuevo, se oye gritar al mismo hombre ¡¡POR FAVOR!!¡¡DIOS!!¡¡POR FAVOR!! Me siento impotente, inútil e inválido. Pero estoy vivo. Me dejo caer un rato, junto a una chica y una señora. Qué curioso, a la chica parece que le falta una zapatilla. “-Perdón, ¿cómo está la cosa? Es que llevo gafas y sin ellas no veo…” Me responde la señora: ¿No ves? Yo: No -pues es una suerte que no veas. Esto es terrible. Hay muertos y amputados. Su tono es de cómo de reproche por que no pueda ver el horror. Al rato llegan unos familiares de la chica. Hablan algo con ella. De pronto, ante un comentario exclama ¡¡ME IMPORTA UN HUEVO LA ZAPATILLA!! Me muevo de allí. Sigo sin poder abrir el ojo derecho. ¡Maldito polvillo! ¡Ya está! Seguro que por aquí tiene que haber un baño. Y allí habrá un lavabo para lavarme el ojo. Tanteando y con la pared a mi derecha, empiezo a andar. Veo a alguien, “¿Los baños por favor?”. “Están ahí enfrente, pero creo que aún no los han abierto.” Hacia allá voy. Mierda, es verdad. Bueno, la puerta no parece muy resistente. Lo siento, pero me molesta mucho el ojo. Un empujón y se abre. Un lavabo, al fin. Un espejo me devuelve mi imagen con la cara llena de sangre. Me echo agua por el ojo. Nada. Aún me molesta. En fin. Empieza a entrar gente. Nadie dice nada. Una chica enciende un cigarrillo y le pido uno. Creo que es mejor salir fuera. Al rato, nos dicen que nos van a sacar de ahí, que un autobús nos va a llevar al hospital a los leves. Tras un momento de confusión al final vamos en un furgón de la policía municipal. Yo no quiero subir, creo que es más urgente que se lleven a otros. Empiezo a decírselo a un policía pero me corta con un seco “suba”. Poco antes, un médico me da unas gasas para mis orejas, que aún sangran. Llegamos al hospital. Carreras, médicos por todas partes y enfermeras. Me ve un otorrino. Parece que tengo bien los oídos, me mandan a que me cosan las orejas. Tengo un ojo irritado. Las pestañas se me han quemado y me han causado una conjuntivitis. Una chica joven –una MIR- intenta echarme pomada. Estoy nervioso, me da mucha cosa que me acerque nada al ojo. Resopla. “Mira, esto es una tontería por mi parte, lo sé, así que ocúpate de alguien más grave.” Resopla, me dice que tiene que curarme pero por fin me hace caso y se va. Me niego a que se ocupen de mí. Hay gente más grave. No me hacen ni puto caso y me llevan en la silla de ruedas en la que me han aparcado a otra zona, a cirugía maxilofacial. Tras exámen médico: 20 puntos en la oreja izquierda, 12 en la derecha, perforación de los tímpanos, conjuntivitis irritativa en el ojo derecho. Rasguños. Estoy vivo. Una enfermera me pregunta: ¿En qué tren ibas tú? no entiendo la pregunta. “Pues...en el de Atocha ¿por?” Es que ha habido 3 explosiones más...”
Eso fue lo que recuerdo de ése día en el que me tocó la lotería de la vida Ya no me pregunto por qué. También recuerdo a los amigos que vinieron a verme, algunos hacía tiempo no los veía. No puedo olvidar la llamada de otro desde la India (¡gracias!). Ni la preocupación que tenía por que no pude ir a trabajar (uno se preocupa por cosas banales, como por el jersey), tanto que mi “jefe” vino a decirme que si era gilipollas o qué. Ni la primera vez que volví a subir al tren, lo enorme que me pareció. Sí, vuelvo a coger el tren e intento sentarme en el mismo sitio, en el mismo vagón. Ya sé, me comporto como una paloma de Skinner. Pero ya no me siento mal (parada de pensamiento o me distraigo). Aún a veces no puedo evitar un pensamiento fugaz, alea jacta est (la suerte está echada) pero no me recreo en él. Y puede que aún a veces me ponga detrás de una columna en Atocha, pero sigo como si tal. Por fortuna, no he tenido pesadillas ni imágenes invasivas ni lo que podría encuadrarse como trastorno por estrés post-traumático. Y tengo muy claro por qué. No sólo por el apoyo de mi familia, de aplicarme más o menos mis conocimientos de Psicología, del tiempo que ha pasado sino fundamentalmente por poder contar en los momentos más duros y difíciles con el cariño y los mimos –de los que puede que abusase sin darme cuenta, lo siento- de mi amigo Miguel Ángel y de su sufrida novia, Maite. Sin ellos, hubiese sido más jodido sin duda. Jamás podré pagárselo, cualquier cosa que pueda hacer por ellos será pequeña. Gracias.
Doy gracias a los profesionales que nos atendieron, médicos, enfermeras y luego, trabajadoras sociales.
De los políticos en general poco espero. Fueron rápidos en llenarse la boca con promesas incumplidas. De la vileza, miseria y bajeza del PP (Acebes, Zaplana, Aznar) o de sus mezquinos jaleadores menos. Han quedado retratados con sus hechos. Han sido y son cobardes por no admitir que se equivocaron. Si no directamente, sí implícitamente nos han culpado de que perdiesen las elecciones. No me valen paños calientes que justifiquen tamaña ruindad. Por cierto, casi a la misma altura se ponen los responsables de TV que machacan una y otra vez con la emisión de las imágenes de los trenes. No sólo carecen de valor informativo sino que agravan o dificultan la recuperación de muchos. Ojalá caigan en la cuenta de ello y que el año que viene no remuevan más dolores ajenos. Por que la vida sigue y para superar el daño es mejor no meter el dedo en las heridas. Con suerte, llegará el olvido. >>
4 Comentarios:
Yo ya ni sé, con sombra hasta los codos,
por qué nacemos, para qué vivimos.
Blas de Otero)
Gracias por obligarme a pensar, de corazón. No puedo con todo ésto. Es demasiado.
Por encima de relatos sobre conspiraciones y turbias tramas políticas, hay algo mucho más importante: la vida de todas esas personas. Gracias por recordarlo.
Un abrazo, compañero.
Aquí estoy, con la lagrimita a flor de ojo. Qué fácilmente juegan algunos con el dolor ajeno en aras de intereses bastardos.
Y tienes razón en lo de la tele. Cuando salen los trenes o las torres gemelas, cambio de canal. Y yo no estaba allí, para los que estuvieron tiene que ser mucho peor.
En nombre de S., gracias. Según me ha hecho saber, lo que escribió lo hizo con unos fines muy concretos: servirle de alvio, dejar aflorar un peso y compartir unas vivencias muy concretas por lo que pueda tener de curativo lo escrito y reflexionado. Ésa y no otra ha sido su intención y espera en todo caso no haber molestado a nadie. Un abrazo para todos.
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