2005/10/01

PSEUDOCIENCIAS: VENDEDORES DE HUMO.

(Publicado en "EL ESCÉPTICO DIGITAL.Boletín electrónico de Ciencia, Escepticismo y Crítica a la Pseudociencia. ARP-Sociedad para el Avance del Pensamiento Crítico. Edición 2005 - Número 10 - 1 de octubre de 2005")

NO HAY CURAS MILAGROSAS

Aldo A. González Brito

Quizás sea el miedo atávico al dolor y la no aceptación de la muerte el origen de la sorprendente facilidad con que el ser humano rehuye la razón y cree desesperadamente en soluciones milagrosas que alivien sus problemas de salud. Históricamente el sanador ha desempeñado un papel social preponderante en todas las sociedades y culturas. En los inicios del siglo XXI, el desarrollo científico y tecnológico de los países más desarrollados coexiste con creencias individuales tan antiguas como la humanidad; paradójicamente, incluso profesionales altamente cualificados muestran una disociación alarmante entre sus conocimientos científicos y sus actitudes y expectativas ante los problemas de salud.

Buena parte de nuestra cultura (al menos la europea) tienen una base cristiana. El nuevo testamento está plagado de referencias a milagros del Mesías; la mayoría de los méritos por la que han elevado a los altares a beatos se sustentan en el etiquetado de milagro a presuntas curaciones de enfermedades mortales. Hasta hace apenas tres generaciones, la esperanza de superar una enfermedad mortal quedaba en manos de los mediadores ante dios (peregrinación a Lourdes, Fátima, pedirle la curación a santos, etc.). El mismo Vaticano tiene cada vez más dificultades para admitir milagros basados en curaciones; ahora es una cuestión de fe…. y de historias clínicas. No es un tema superado, todavía se encuentran en muchas camas hospitalarias estampitas de santos y vírgenes. Cuando la desesperanza, la enfermedad y la incultura científica se asocian, la fe continua siendo una terapia complementaria.

La medicina basada en métodos científicos debe coexistir, y en algunos casos competir, con las autodenominadas medicinas alternativas (acupuntura, homeopatía y un largo etcétera de presuntas terapias). De todas ellas, la acupuntura y la homeopatía –aparentemente las más consolidadas- son habitualmente ejercidas por licenciados en medicina. Resulta sorprendente que tras estudiar durante seis años el funcionamiento del cuerpo humano en la salud y en la enfermedad, un universitario egresado acabe practicando una medicina acientífica, basada en presuntas teorías que no han sido contrastadas experimentalmente, y que en modo alguno tienen que ver con su formación universitaria previa. Los resultados de un estudio recientemente publicado prueban que los efectos beneficiosos de la homeopatía en determinados enfermos puedan deberse a un mecanismo de sugestión del paciente. El estudio ha sido convencional y científicamente ortodoxo, exactamente lo contrario que la homeopatía como “ciencia”. Si analizamos el momento en que se generó el dogma homeopático, hemos de admitir que lo que después evolucionó a medicina científica poco tenía que ver con lo que hoy es universalmente conocido y aceptado. El problema ha sido la evolución; la homeopatía, a pesar de que genera una importante industria farmacéutica, ha quedado estancada y no utiliza el método científico para comprobar resultados, mejorar o evolucionar como campo de conocimiento. La creencia de que ingerir agua que ha estado en contacto con una molécula en una solución original (pero que tras diluciones sucesivas ya no contenga rastro de la misma), de alguna manera induzca un efecto debido a la presencia de la molécula en la solución original, puede resultar tan absurdo e increíble a un especialista en fisiología (ciencia que estudia del funcionamiento del cuerpo humano), como para un físico admitir que alguien pretenda negar –sin argumentos- la existencia de la fuerza de la gravedad. Me permito sólo utilizar un argumento para refutar el principio homeopático: si fuera cierto, el cuerpo humano (constituido por un 60% de agua) estaría expuesto a una combinación indeterminada y enorme de sustancias que han estado en contacto con ese agua. Además, los efectos de las hormonas, fármacos y sustancias tóxicas no desaparecerían cuando se elimina la sustancia del cuerpo, ya que siempre quedaría esa especie de “huella” o rastro. La evidencia contra este principio es tan abrumadora, y por el contrario, los estudios que lo avalan tan acientíficos que sólo la fe en la homeopatía puede explicar su pervivencia. Existe un principio básico en la medicina científica que permite distinguir si una sustancia tiene un efecto terapéutico real, o si la mejoría del paciente se debe al denominado efecto placebo. Consiste en estudios en que se utilizan controles a los que no se les administra la sustancia, y que además no saben si se les está administrando o no. De esta manera, si existe un efecto terapéutico real no se debe ni a una remisión espontánea de los síntomas, ni a la sugestión del paciente que, al creer que va a ser curado, de alguna manera cambie el curso o su percepción de la enfermedad. Un medicamento homeopático que tiene efecto en un paciente podría ser catalogado como un efecto placebo puro: no se le administra sustancia alguna, y además cree que se le está administrando una sustancia que lo va a curar. El paciente que mejore sería pues el susceptible a la sugestión, porque, ¿como demostrar lo contrario usando el método científico?.

Están siendo investigadas las bases científicas y los mecanismos fisiopatológicos de este tipo de alteraciones emocionales que pueden modificar el funcionamiento del cuerpo humano, o su respuesta a la enfermedad. La mayor incidencia de úlceras en la mucosa bucal (aftas) o de afecciones víricas de vías altas (catarros) en individuos sometidos a estrés físico o emocional es un ejemplo cotidiano de tales respuestas. La inmunoneuro-endocrinología estudia esta interrelación existente entre el estrés y las emociones; la respuesta hormonal al estrés, y las alteraciones en la respuesta inmunitaria, que pueden determinar en el paciente una disminución de la capacidad de respuesta inmune ante afecciones virales o agravar determinadas enfermedades de base inmunológica. Lo que hace algunas décadas parecía inexplicable ahora se estudia en los libros de texto de medicina. Cuando hace meses un científico español nos sorprendía realizando un salto científico al vacío, al pasar de una fórmula matemática que explicaba los mecanismos de crecimiento celular al tratamiento del cáncer basado en métodos inmunológicos, no dejaba de ser un caso más de la picaresca tradicional de nuestra cultura. Las teorías inmunológicas de la génesis del cáncer, y el tratamiento inmunológico con éxito de algunos tipos de cánceres no constituyen novedad científica alguna. Como si fuera un pequeño brote epidémico, otro científico de La Universidad de La Laguna, ha pasado de la bioquímica teórica al tratamiento de la obesidad y una larga e indeterminada serie de enfermedades metabólicas y degenerativas. En este caso el procedimiento terapéutico consiste en dos variantes de “fármacos” de composición desconocida (llamémoslos polvos blancos A y B), que cual “panacea universal” curan casi todo tipo de enfermedades. Sólo el conocer el número de pacientes que acuden a esta especie de “paraconsulta médica” y sobre todo, el papel relevante en la sociedad canaria y la condición de universitarios de algunos pacientes, sorprende tanto o más que lo insólito de la propuesta terapéutica. Argumentaré desde el conocimiento científico a favor del posible efecto de los polvos: se ha generado una firme creencia en sus efectos, basada más en la fe en los resultados de la curación, que en la evidencia de la misma (no se han publicado resultados). Análogos mecanismo de sugestión y negación de la realidad puede ver a diario en los servicios de radioterapia de los hospitales: un paciente de cáncer sabe perfectamente que todos los que están allí están siendo tratados de cáncer, pero el no admite que esa es su enfermedad; a el lo están radiando porque tiene un pequeño derrame cerebral que la radiación va a secar, y así se lo cuenta a su familia (este ejemplo es dolorosamente verídico). El problema principal del obeso (buena parte de los pacientes de nuestro ya famoso sanador) es la adherencia a las dietas y a los programas de ejercicios, y esto hace que su evolución sea un continuo devenir de subidas y bajadas de peso hasta que abandonan y acaban recuperando los kilos perdidos. El método más efectivo para tratar la mayoría de los casos de obesidad (no mórbida) sería aquel que consiga mejorar la adherencia a los tratamientos naturales (dieta más ejercicio). La adherencia, al igual que la resistencia a la fatiga es un mecanismo mental, y la fortaleza mental que puede hacer correr los últimos cinco kilómetros a un maratoniano a pesar de la fatiga, también puede explicar las diferencias en la capacidad del obeso para soportar las restricciones dietéticas y los programas de ejercicio. Si esa sugestión es posible, y es inducida por unos fármacos que sólo actúan como efecto placebo, los efectos beneficiosos se suceden encadenadamente: no solo se baja de peso, también mejoran –debido a la mejoría de la obesidad- los niveles de lípidos en sangre, la diabetes secundaria asociada a la obesidad, la condición física, las enfermedades degenerativas en las articulaciones de carga, etc. Todos estos efectos se sabe que están relacionados con un descenso de peso y grasa corporal. No se ha descubierto nada, simplemente se está sugestionando a los pacientes, que al creer en la terapia, son capaces de soportar la dieta y los programas de ejercicio. Lo grotesco es que este truco de quincallero se haga desde la condición de catedrático de universidad (puede que contribuya a aumentar la sugestión) y buscando amparo y justificación en la ciencia y la generación de patentes. ¿Podríamos imaginar cuanto pagaría a un científico una multinacional farmacéutica por la patente de un producto con tales efectos?. Seguramente mucho más de los que obtiene nuestro querido científico “vendiendo” los polvos bajo el subterfugio ético y paralegal de “donativo para costear los gastos del estudio científico”. La evidencia de tener que montar un “chiringuito” local en lugar de vender la patente es la más grosera y contundente prueba de la falacia científica que ha generado.

Si bien los dos casos citados son ejemplos burdos de cómo la ciencia oficial puede caer, a título personal, en las alcantarillas de la ética, debemos admitir que muchas veces la investigación científica también vende humo a los que demandan soluciones para la curación de enfermedades socialmente preocupantes. Que lo hagan las multinacionales médicas, especialmente las que diseñan y comercializan fármacos, puede ser entendido, que no justificado ni tolerado, desde la práctica y la mecánica del mercado. Contra los estudios que avalan resultados probados de un fármaco en determinados ensayos clínicos (como mínimo los ensayos preceptivos por ley previos a su comercialización), se oponen los resultados de los estudios de la llamada “medicina basada en la evidencia”, que suponen estudios mucho más amplios y ambiciosos, ajenos en parte a los intereses de la industria, y que a veces confirman efectos, a veces descartan las ventajas de un fármaco sobre otro, y a veces aportan evidencias de efectos nuevos, distintos y mejores de los que colocaron a un fármaco en el mercado.

También la ciencia pura, la que se genera sin afán de lucro vende humo y genera falsas expectativas entre los pacientes que esperan soluciones a sus males. Un ejemplo preocupante es el enorme desarrollo de la biología molecular y su aplicación a la patología médica y terapia génica. Se descubre un gen que “puede estar relacionado” con una forma de cáncer, y se difunde a los medios como una posible vía para curar el cáncer (¿todos?). Se cultivan unas células que secretan insulina y ya se habla de la curación definitiva de la diabetes. Se habla de clonación terapéutica, de obtención de células madre… de la inmortalidad. El clon de la oveja Dolly era genética y biológicamente tan viejo como la propia Dolly, y murió más o menos por la misma época que hubiera muerto la oveja clonada. La naturaleza pone las cosas en su sitio, y al ego de algunos científicos al nivel de modestia que debe caracterizar al sabio. Hablar de curación de las enfermedades degenerativas en abstracto, o de la erradicación del cáncer, cada vez que se haga un pequeño avance científico es una muestra más de que hasta la ciencia oficial esta impregnada de ese espíritu ingenuo, algo irracional, cercano al milagro y la superchería que se supone debería ayudar a combatir.

(Aldo A. González Brito es Profesor Titular de Fisiología de la Universidad de La Laguna y Director del Centro de Estudios del Deporte y Ejercicio de la misma entidad académica).

2 Comentarios:

Blogger Juan Haldudo dijo...

La verdad es que el efecto placebo es bastante poderoso y me temo que aún siga sin ser estudiado en profundidad por el que funciona, es decir, cuáles son los mecanismos que lo ponen en marcha, bajo que condiones funcionan, cómo afectan a nuestro sistema inmunológico, etc...
Encantado de leerte por aquí, Rotops.

14/10/05 19:59  
Anonymous Anónimo dijo...

hace falta despojarnos de nuestra sobervia cientìfica, y someter las observaciones con menos prejuicio y m``as humildad.
Los animales tratados con Homeopatia, ¿seràn suceptibles de sugestiòn?, las plantas que se tratan con homeopatia,¿podremos emplear el efecto placebo para erradicar el virus que les aqueja?

26/3/06 22:46  

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